Por Daniel Fassardi

Era el primer domingo de septiembre. El clima estaba muy fresco y, para colmo, garuaba de a ratos con intensidad. Era evidente que la primavera no tenía muchas ganas de aparecer. Mi idea, definitivamente, consistía en quedarme en cama, mirar televisión y beber un vino que haga el mediodía más interesante. Pero el teléfono sonó y la invitación que escuché a continuación terminó por cambiar definitivamente mis planes del día: S. quiere que la acompañe a almorzar a una churrasquería de la zona de Villa Morra.

Como comenté en más de una oportunidad, las carnes asadas, simples, a la brasa, sin salsas, me seducen. Más si hay buena compañía en la mesa. Entonces, el simple panorama de poder contar en el plato con un buen surtido de mi comida favorita hizo que rápidamente me cambie y salga al encuentro de mi querida amiga y cómplice.

El punto de encuentro fue El Galpón Criollo, un lugar que no había tenido oportunidad de visitar. Voy a ser brutalmente sincero: la ambientación no me gustó, pero las carnes y la compañía estuvieron a la altura de las expectativas, mientras que el vino por el cual me incliné para el descorche estuvo maravilloso.

¿Qué elegí? Uno que no había probado anteriormente: Saint Felicien Cabernet Franc. Elaborado por la famosa bodega argentina Catena Zapata con uvas cultivadas en la región de Agrelo, Luján de Cuyo, este vino me sorprendió muy, pero muy bien. A saber: tiene una rica e intensa nariz, frutada, un toque de especias y un agradable dejo de vainilla; en boca resulta equilibrado, con buena acidez, taninos redondos y buen cuerpo, obsequiando un final largo y bien frutoso. 

Por supuesto que, de a poco, fuimos haciendo los honores a tan noble hijo vitivinícola de Mendoza. Y también pasamos de las carnes a los postres y, luego, al café.

En lugar de hacer sobremesa decidimos partir hacia la casa de S. para ver un par de películas que habían llegado a su poder: Y por supuesto que hubo más descorches, aunque claro, ese es otro tema.

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