Por Ana Elisa Greenwood Herken

Cuando planeamos o soñamos un viaje a alguna zona vitivinícola inconscientemente imaginamos lo que se viene: los chateaux franceses, los paisajes italianos, los almendros españoles, los globos aerostáticos de California, las casonas chilenas y… Mendoza. ¿Qué podemos imaginar de Mendoza, además del vino? Mendoza es una ciudad muy linda y tranquila en donde SIEMPRE hay que andar con cuidado por sus famosos canales preparados para la época de deshielo; además, la gente es muy amable y si nos alejamos un poco tendremos la majestuosidad de la cordillera, toda para nuestros ojos. 

Pero, ¿y el resto? Todos sabemos que es una zona casi desértica en donde casi por capricho de un gran hombre se inició la actividad viticultora hace no mucho tiempo; por lo tanto, a Mendoza vamos por el vino y también por la gastronomía, que no es motivo menor, por cierto.

Así en el último viaje a Mendoza organizado por In Vino Veritas Club Privado y Parawine.com pude descubrir una faceta desconocida para mí: la arquitectura mendocina. Los bodegueros están realizando un trabajo INCREIBLE buscando su identidad en el mundo del vino y más allá de los maravillosos productos que ofrecen que reflejan ese trabajo en cada botella que descorchamos, se puede decir que se están ganando un lugar bien definido en cuanto a su perfil histórico y su proyección a futuro. Producción sustentable, filosofía Km 0, respeto al entorno y al paisaje y, sobre todo, una fusión casi perfecta de respeto a su breve pero suculenta historia y lo mejor de la última tecnología. 

Desde la pionera Trapiche con su bonachón edificio recientemente restaurado, su estación de tren original con vías y vagón incluidos, sus pisos de madera recuperados al 100%, sus paredones anchos de la época de fines del 1800, sus escaleras angostas y su museo con las piezas originales que se fusiona en perfecta armonía con sus modernas instalaciones, sus pisos de vidrio y su hermoso restaurante con su gente tan cálida, tan amable, tan “Trapiche”… 

La moderna Navarro Correas con su enólogo digno de un escenario, la europea Salentein que noquea con su maravilloso edificio lleno de detalles, simbolismos y espacios dedicados al arte, la cultura y la gastronomía; la impresionante Monteviejo que construyó un cerro en medio del valle para poder utilizar la gravedad y ahorrar electricidad ganando una terraza llena de música, decoración acorde y buena onda con una vista impresionante de las plantaciones que la rodean…

Cuando creía que nada más me sorprendería llegamos a la recién inaugurada Zuccardi… y volví a enmudecer. Un edificio que de verdad se fusiona con el entorno, construido con las mismas piedras del lugar, con un paisaje andino impresionante enriquecido con espejos de agua, obras de artistas mendocinos desde antes de entrar y rodeada de hermosos viñedos. Una arquitectura única e innovadora puesta al servicio del vino respetando al medio ambiente, la utilización de la luz natural y sin duda alguna priorizando la estética, el equilibrio y la belleza. Se podría decir que aquello maravilloso que encontramos en cada botella de Zuccardi se encuentra plasmado en este edificio; si tienen oportunidad no dejen de visitarlo porque vale la pena.

El viaje sigue y llegamos a la familiar Giménez Riili y así nos hicieron sentir, en familia. Los viñedos llegan hasta la puerta de la casa y la mesa donde hicimos la cata se sintió como una mesa de domingo llena de risas, amigos y comentarios simpáticos rodeados de hermosos paisajes, jardines pensados para el disfrute y un ambiente cálido que costó dejar atrás. Sin duda alguna, el mejor atardecer del viaje. Achával Ferrer sorprende con su entorno, su calidez y por supuesto con sus vinazos. Bodega chiquita que logra poner ese detalle en cada botella. Atención de amigos, paisajes de ensueño, vinos maravillosos y buena compañía. ¿Qué más se podría pedir? 

Y bueno, siempre se puede pedir otro brindis porque motivos nunca faltan. Seguimos a Casarena para disfrutar de un delicioso almuerzo en su restaurante casi totalmente transparente enclavado en medio del viñedo y rodeado de montañas; nada molesta al placer de la vista. Un deleite para los sentidos. Termina el viaje… nos queda como final Catena Zapata, el edificio más original de Mendoza y el que nunca esperé ver: una pirámide maya en medio del viñedo; maravilloso. A cada vuelta una sorpresa.

Así es Mendoza, buenos vinos, buena gente, estupendo paisaje, buenísima gastronomía y además un deleite para los amantes de la belleza, la estética y la arquitectura. Una fusión perfecta de tradición, respeto al entorno, tecnología e innovación.

Concluyo pensando que Mendoza bien vale el viaje aún si la única excusa es el vino, pero después de esto puedo aconsejar a los amantes de la arquitectura que se den una vuelta por allá para empaparse de diseño, ingeniería y belleza. Y ya que están, ¡dediquen unos buenos brindis porque Mendoza bien se lo merece!

¡SALUD!

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