Por Tito Caro

Las urgencias se habían ido. Estaba en el centro de la ciudad por cuestiones que no existían más. Miré la hora. Podría acelerar el paso para vencer el atascamiento que se forma al medio día. Hice diferente, entré a la Fiambrería Alemana. Había aglomeración en la entrada. Una señora decía que tenía el número noventa y que atendían al cincuenta. La señora calculaba a los gritos que le tocaría el turno a media noche. No me detuve a entender si había exageración o un destino cruel. Camine hasta el fondo de la fiambrería, vi que había un lugar vacío a la barra, me instalé.

Tuve un antojo que surgió de repente, cuando pregunté a la cajera, qué se comía y ahora, sentado, callado, esperaba que se materializara la ocurrencia.

No sé decirte si tardó. El tiempo es relativo en más de un sentido. Llega rápido lo que no se quiere, demora lo ansiado. De repente, llegó. La tenía a mis ojos, ella me miraba en silencio, desde el plato, como si estuviera tímida frente al encuentro. Tenía perfil, tenía clase. Me habían advertido que tuviera cuidado con ella: perecía inofensiva pero guardaba las llaves del infierno. La tomé de la mano, la acerqué, dejé que se presentara y te cuento, lector teológico, que temí al demonio que me invadía. 

En el instante de un rayo, el ser callado del plato, se llenaba de furia y de exigencias. Comandaba atención, desataba pasión, gritaba en voz baja, sí lector, era un ser contradictorio, que nada valía más que el momento, insuperable instante. Me hipnotizó como en los cuentos de amor de los desiertos imposibles. Indicaba el camino, marcaba el goce, dirigía el trance de sabores que se contradecían, que se complementaban, que eran el contrapunto de su misma melodía desenfrenada. 

Cuando dejé la fiambrería, estaba en éxtasis. La señora que reclamaba, hizo silencio para dejarme pasar, como se hace silencio para dar paso a una procesión sagrada. Me alejé del centro. No sé decirte si hubo atascamiento. Ahora que escribo, digo que el infierno y su corte, me conquistaron. 

La croqueta de cerdo con pimienta, me volteó el alma, me llevó al fuego de las sensaciones, me devolvió al cielo del sabor. Te recomiendo el viaje, amigo. Después, pide perdón, por la gula, por la blasfemia. Y serás perdonado con un abrazo pleno de vida, te aseguro.

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