Por Tito Caro

Llamo a M.A. Está por aquí, la invito a comer. Digo que paso a buscarla. Ella me propone diferente, dice que tiene cosas que arreglar. Pide que nos encontremos en el lugar que yo indique. Se me ocurre Le Sommelier, que ya conozco, que me gusta.

Llego a Le Sommelier, miro el reloj, calculo que M.A. no llega enseguida. Mi amiga querida, cuando dice que tiene cosas que arreglar, casi siempre se refiere a obras mayores. Me imagino que quiera retocar las cumbres del Himalaya, para darles mejor perfil, pienso que desee trabajar las aguas del Mediterráneo, para aumentarles el azul, divago que proponga cambiar el paso de las horas, para tranquilidad de los relojes, y felicidad de nosotros que los llevamos. Mi amiga M.A. no se contenta con ojear literatura de peluquería. Aunque reine la princesa heredera en los brazos del amante menor.

Espero. Pido algo para beber. Quiero vino blanco. Acepto que me sugieran.

Llega una botella sin corcho. Me asusto. Me digo en voz baja. “Este llegó con ropa de mecánico recién salido de un intercambio de aceite con el cárter”. El que me sirve me tranquiliza, no dice nada sobre el vino que ya me mira y se burla de mi prejuicio.

Se mete en la copa, se da en espectáculo. Lo pruebo. Lector, fue un golpe, fue una revelación, fue un viaje. Estaba dónde estaba y de repente ya no estaba. Estaba en una bahía brumosa de Nueva Zelanda, con tantos cuentos, con tanto encanto que me dejé llevar.

Vi que llegaba alguien, entendí que no era M.A. Era el salmón, venía a la mesa invitado por el vino. Momento mágico, lector que me sigues. El vino Misty Bay, salido de una botella sin corcho, se ensanchaba, deslizaba, se proponía, prometía, engañaba riendo, volvía dócil, juraba inocencia, se hundía cabizbajo, renacía con vigor como si quisiera ser imagen fiel de los amplios paisajes del Pacífico Sur. No de los que habla Maughan, lector con memoria, me imagino a los que se esconden, con viento y misterios a partir de Tasmania. El salmón, que lo trataba desde la primera comunión, hacía el contrapunto: felicidad, alegría, tristeza, soledad. Momento de magia intensa, te repito.

Llegó M.A. Encontrar a M.A es someterme, siempre, a un rito de iniciación aunque ya la haya encontrado antes a mi amiga, aunque la haya visto antes y después. Me dispuse al ritual renovado de verla por primera vez. Y la noche se hizo fiesta. Dejamos que el salmón y el vino fueran compañías suficientes, no pedimos más. No se pide lo que ya está, no se quiere lo que ya es deseo.

Si crees en botellas que se visten sin corcho, si te parece que encontrar no es solamente volver a ver, si te animas a esperar por una causa, o por causa de una espera, te recomiendo Le Sommelier. Fui feliz. Con M.A., con Misty Bay, con el Salmón que nombro genérico en especie, aunque lo crea único en la mesa.

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(N. de la R:)

- Este comentario ha sido publicado originalmente en el perfil que Tito Caro posee en Facebook y fue replicado en este espacio con su consentimiento.

- El vino protagonista de esta historia es una de las marcas que la firma EdgemillGroup, especializada en vinos y spirits, produce en Nueva Zelanda. Misty Bay es un Sauvignon Blanc procedente del cada vez más conocido terroir de Marlborough.