Por Tito Caro

El cordero es cordero o debiera serlo por obediencia bíblica. Entiendes el sentido de mi sentencia, lector incrédulo. Pero el animal que tenía en el plato se proclamaba revolucionario desde el primer pañal y gritaba que su madre era la pólvora en persona.

¡Caramba! me dije en silencio y agregué, siempre mudo: Mejor lo dejo a este antes que me pierda la noche. ¿De qué noche hablo? De una noche de semana, en “La Trattoria Tony”, una casa sobre la calle del Maestro. Estaba con L.L. que desembarcaba de Grecia y que me señaló el lugar. Miré al mozo, quería levantarme, ir de viaje. Pero el cordero del plato, adivinó mis intenciones. ¡“Usted se queda”! Fue orden que no hice cuestión de desobedecer.

Un cordero me ordenaba y yo, que nunca me supe cordero, obedecía como uno. Mañana me voy al sicoanalista, pensé o me voy a Identificaciones a cambiarme la cédula.

Mi amiga me habrá visto con semblante de angustia porque dijo, para tranquilizarme. “No le hagas caso. A mí me hizo igual. Tiene personalidad. Parece mandón pero es cordero real”.

Volví a mirar el plato. Estimulado por las palabras de mi amiga, miré al cordero con atención. ¿Y sabes qué pasó? El huracán de segundos atrás, se soplaba como alisios, el terremoto anunciado, ahora se creía flan de leche sin voluntad propia, el lobo feroz, descendiente de la pólvora y generador de todas las revoluciones, se mostraba cordero auténtico, condecorado por la paz. En el acto y sin pensar dos veces, pedí que dejara el plato, que alzara vuelo, que fuese a visitar pueblos y tierras que lo querrían ver más que yo, mejor dicho, tanto cuanto yo. Pero el cordero, sin contestarme nada, quedó quieto, no se movió. Me insinuó, con gesto que entendí de grandeza, que su misión era conquistarme y después, como ser conquistado, que fuese yo mismo a contar sus cuentos, sus historias, su postura a tanta gente destrozada y en ruinas. Cordero mayor, lector que me sigues.

Además de la filosofía, el que tenía en el plato me regaló un mundo de sensaciones. Mi amiga me hablaba de Grecia, de los griegos que nos enseñaron a pensar como pensamos hoy. Con errores y aciertos, con idas y venidas. Con guerras y paz. Pedí que el cordero se metiera en nuestra conversación y lo descubrí, además de revolucionarios y cordero, Apolo y Dionisio. Noche telúrica y cósmica, amigo.

Te recomiendo La Trattoria Tony. Cuando llegues, llama a conversar a un cordero. No te asustes si llega con cara de mandón y modos de Gengis Kahn. Es cordero de alma. Te ensañará las piruetas del sabor, contándote al revés. Te conquistará, no tengo ninguna duda. Y me queda una pregunta. ¿No será táctica vencedora la de este animal, que canta revolución con antojos de cordero? Pensemos en esto, amigo que me lees. Quien sabe no llegamos a una misma conclusión y nos juntamos, de esta forma convencidos, para intentar cambiar el mundo.

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Nota:
Este artículo fue publicado por Tito Caro en su perfil personal en Facebook y es reproducido en Parawine.com con el consentimiento de su autor.