Por Daniel Fassardi

Por suerte y contra los malhumorados de siempre que se cansan de decir que “en Asunción no pasa nada”, he tenido la suerte de conocer hoy un pequeño reducto gastronómico que seguro dará mucho que hablar. Me refiero a Sucre Bistró Bar, un sitio del cual me habían hablado muy bien pero no había podido conocer.
Hoy, sin embargo, los astros se alinearon y, junto con mi fiel compañera K, noble cómplice de aventuras gastronómicas, nos aventuramos hasta  el número 752 de la calle capitán Brizuela, entre Sucre y Lillo, para probar su comida, conocer el sitio y, luego, escribir sobre la experiencia.
Llegamos apenas pasadas las 13.00. Nos estacionamos bajo la sombra de uno de los enormes árboles que embellecen la vereda y, sin dudarlo, entramos a ese pequeño y bello local.
La primera impresión fue la de entrar a uno de esos bares que tan de moda estaban en la Buenos Aires de fines de los 80 y principios de los 90, en los cuales visualmente la propuesta era cuidadosamente informal.
Conté 9 mesas adentro, y otras tantas afuera. Tres de ellas, en el interior, estaban ocupadas por oficinistas, todos comiendo.
Un detalle que me encantó fue el pizarrón dispuesto en la entrada, adonde se anuncian los platos del día. También me pareció un gran acierto el amplio vidrio que separa la cocina del salón, logrando de este modo que sea bien transparente lo que allí ocurre: el movimiento de los cocineros está a la vista de los parroquianos, así como la limpieza y el modo en que se manipulan los alimentos.
Rápidamente fuimos atendidos por la camarera, quien nos trajo pan tipo de campo (con la corteza crocante y mucha miga, bien blandita) y un aderezo con mayonesa y menta, algo tan novedoso como refrescante.
Mi acompañante optó por un pollo grillado con ensalada verde (muy buena alternativa para los días posteriores a los atracones de fin de año). Mi elección fueron verduras al wok con fideos de arroz.
Mientras esperábamos, me dediqué a mirar alrededor y observé que, aunque pequeño, el sitio es bonito y atractivo. Y a pesar de esa percepción de pequeñez las personas pueden desplazarse muy bien entre las mesas.
Y también me divertía mirando la acción en la cocina, ya que luego de nuestra llegada más personas se sumaron al grupo de comensales. Me encantó ver el trabajo allí, preocupándose para que los pedidos salgan a tiempo.
Incluso es muy gratificantes ver en las mesas recipientes con crayolas, con las cuales la gente puede dibujar lo que desee en los manteles de papel. Un lindo modo de estimular la creatividad.
En menos de 15 minutos el pedido estaba en la mesa, y lo que vimos nos encantó: platos sencillos pero bien presentados, calientes y recién salidos de las ollas y las sartenes.
También disfrutamos mucho los sabores, sencillos, precisos. Mis verduras estaban como corresponde, crocantes, con sus sabores originales presentes. Si me pusiera muy exigente podría decir que estaba un poco pasado de sal el plato, pero como me gusta la comida salada, el detalle en vez de molestarme, me agradó.
A S. le gustó lo que llegó en su plato. Tanto que atacó de forma dura y pareja la comida hasta que nada quedó allí.

LA CARTA. La carta de Sucre Bistró Bar es bastante completa. Hay opciones con carnes varias, algunas pocas frituras, risottos y sándwiches, pero nada de pasta.
Otro detalle que me pareció un acierto es la política de tener opciones del día, además de una carta con alternativas fijas. Hoy, por ejemplo, además de lo que elegimos, también había un bife a caballo con arroz, que por cierto se veía muy tentador (estuve espiando una mesa vecina, en la cual se había servido ese plato). También recuerdo que la camarera nos ofreció una picaña con ensalada de repollo, morrones y tomates.
Sin embargo, algo que no pasa desapercibido es la intención de darle un plus de sabor a todo, lo que a criterio nuestro se ha logrado.
Finalmente, al momento de la cuenta, reparé que los precios son verdaderamente amigables, aptos para los bolsillos de quienes buscan comer bien, sano y abundante. Incluso hay opciones de los vinos chilenos Indómita y los espumantes alemanes Henkell (lo que señala a un proveedor exclusivo en este rubro, pero que no viene al caso mencionar).
Sin dudas, habíamos elegido un buen sitio para almorzar. Me pregunto qué andará a la noche, cuando es el momento de acompañar la comida con bebidas más espirituosas que los jugos o las gaseosas tan típicas de las horas laborales.
Volveremos por más y, luego, prometo contar todo.
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