Por Daniel Fassardi

Ese almuerzo tenía, al menos para mí, doble sabor. Por un lado mantendría una reunión de negocios con un cliente muy importante y, por otro, podría dar una mirada de primera mano a la propuesta que los mediodías ofrece el restaurante Wilson’s del Crowne Plaza Asunción hotel, luego de varios meses de “infidelidades” gastronómicas varias.
Es que, como tengo mi oficina en el centro, siempre me resulta divertido conversar de trabajo, si es que estoy acompañado, y disfrutar del almuerzo con la mente puesta en el próximo texto que vaya a escribir.
Esta tertulia laboral-periodística ocurrió en estos días nomás. Caminé los pocos metros que me separan del restaurante, entré al salón y tomé asiento para esperar al susodicho cliente.
Mientras esperaba, pedí la rigurosa agua mineral con gas que es casi religiosa en mis almuerzos y me levanté para aprovechar el buffet, del que me serví algunos quesos surtidos y unos embutidos, para “hacer hora”.
En general, debo adelantar que la experiencia integralmente fue muy buena, salvo por un detalle: el agua Dasani, con o sin gas, no es de mi agrado, lamentablemente. Que me perdonen los de Coca-Cola, pero su agua mineral “no es santa de mi devoción”, como bien diría mi abuela.
El resto, fue como si no hubiese pasado el tiempo: el salón, impecable e iluminado con lo justo; el terrible ruido del tráfico sobre Cerro Corá no se filtra; mozos y camareras, siempre atentos a las necesidades de los comensales, hacen que la experiencia se disfrute; y claro, buenos sabores que de los platos pasaron con gran satisfacción a la boca.
No hablaré de mi  reunión de negocios, claro está, pero sí me detendré a comentar que mi compañero de ese mediodía me comentó, casi textualmente: “hace mucho que no vengo, pero creo que volveré a estar seguido por aquí, ya que veo que han cambiado para bien la propuesta aquí”.
Por supuesto que pregunté el nombre del nuevo jefe de la cocina, y por supuesto que olvidé el dato, debido a que no tomé nota. Solo recuerdo que es de nacionalidad argentina y que su apellido suena como proveniente de algún país de Europa del Este….
Pero lo concreto es que me entusiasmó lo que probé, ya que luego del suave antipasto ataqué algunas ensaladas, quesos y embutidos, para armar una entrada digna. Uno de los quesos es el inconfundible Pepato con pimienta que elaboran los maestros de Eurogourmet. Con respecto a las verduras y la oferta en la mesa de alimentos fríos, puedo decir que todo entusiasma: hay verdes varios, legumbres salteadas (que despiden el seductor aroma del aceite de sésamo),  algunos encurtidos, embutidos y quesos.
La parte de calientes también presenta una buena variedad, con carnes rojas y blancas (de ave y cerdo), y guarniciones interesantes (arroz frito y papas asadas, entre otras opciones). Incluso el día que fui había una sopa crema de choclo.
Nos servimos un par de veces y, luego, nos acercamos al espacio de los postres: brownies varios, frutas y cremas hacen que uno se quede un rato en pleno debate interno sobre qué elegir. Finalmente me decidí por un brownie, de sabor bien chocolatoso, pero no muy dulce. ¡Me impresionó muy bien!
Para cerrar el negocio tomamos dos rondas de café Illy.
¿La cuenta? Llegó una cifra interesante, pero para nada desubicada, más teniendo en cuenta el sitio.
Y así me despedí, con la firme promesa de retornar cualquier noche de estas, así tendré la excusa perfecta de entrar a la cava vidriada, donde reposan los vinos.
La conclusión: el centro ha recuperado un sitio más que interesante para el menú del mediodía, lo que no es poco.