Por Alejandro Sciscioli

Los viajes por el túnel del tiempo de la memoria suelen resultar más agradables si, esos recuerdos, están sazonados con aromas y sabores. Es más fácil recordar un episodio si éste se relaciona con alguno de esos sentidos, ¿verdad? Cuando me pongo a bucear los motivos por los cuales me apasionan determinadas comidas, invariablemente me encuentro rememorando hechos felices de la infancia.

Así, detrás de mi fanatismo por las picadas bien surtidas, están los maravillosos sábados a la noche que incluían quesos, embutidos, aceitunas y Coca-Cola. El motivo de mi preferencia por los pescados marinos tiene raíz en los filetes de pejerrey que mi madre preparaba con tanto amor.

Mi gusto por el vino llega de un padre con buen paladar. Y, por supuesto, el amor por las pastas bien preparadas y al dente, viene de la mano de esos eternos domingos al mediodía, en los cuales todo era más digerible si había sobre la mesa un plato de fideos (secos o frescos), ravioles, capeletis, sorrentinos, lasagna...

Todavía me estremezco al volver a sentir en las papilas olfativas el aroma de la cebolla cuando se rehoga, el tomate al ingresar a la olla, los distintos momentos de cocción de la salsa cuando las especias comienzan a despedir sus bellos perfumes... Ni qué hablar de la sublime combinación de sabores entre la pasta y la salsa. Y claro, el brillo en los ojos del nonno antes de dar el primer bocado (quien a su vez seguro se teletransportaba a su pueblito natal en la Puglia).

Haciendo una breve encuesta karapé descubrí que no hay nacionalidades si observamos quiénes prefieren a la pasta. La mayoría se deja subyugar por ella. Sin embargo, quienes tenemos el honor de portar un apellido de origen italiano, aunque sean varias las generaciones que separen a la Europa de los ancestros del presente americano, disfrutamos aun más de su contacto con nuestro paladar. Y más todavía quienes tenemos un doble origen itálico (vale aclarar que mi segundo apellido es Fassardi). ¿Será que, a fuerza de tanto comer pastas secas, frescas y rellenas, nuestros antepasados terminaron por impregnar su ADN de agua y harina de trigo, generando esta pasión transatlántica?

Es que, más allá de su origen oriental, la pasta es patrimonio italiano. Y como buen representante de la tierra del Dante, esta comida es pasional, sencilla y compleja al mismo tiempo, muy diversa, sabrosa, adorable y adorada, voluptuosa, un plato que a los gritos te avisa que está sobre la mesa... Algo así como la Monica Bellucci de la gastronomía.

Cuando se comienza el camino de la vida, entre las primeras comidas que el pediatra recomienda a los más pequeños están, claro, las pastas... ¿Una cena romántica que recuerdes especialmente? ¿Una reunión entre amigos que no haya pasado al olvido? Seguro que en algún momento memorable de tu vida la pasta estuvo presente. ¿Un maridaje perfecto? Con la pasta es posible. ¿Un platillo bien popular? “Tallarín de pollo”, guisos o puchero.

Podría continuar con los ejemplos, aunque creo que la idea fue expresada correctamente: la pasta se ha transformado en un ícono universal, un plato amado por todos y especialmente idolatrado por la colectividad italiana. Una comida con la que, al tomar solo un bocado, podemos viajar a través de los recuerdos, sin escalas.

(Este artículo forma parte de la edición de julio 2010 de revista HC Gourmet)