Por Daniel Fassardi

Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que alcé el rostro al cielo para preguntar por qué me tocó nacer en este país tan caluroso. Aquí el invierno nos pasa de largo y los pocos días frescos que milagrosamente ocurren se diluyen demasiado rápido para mi gusto, quedando esas tediosas jornadas tórridas como aspecto central recurrente. 

Por suerte estoy entre esos optimistas que prefieren ver el vaso medio lleno. Y por eso, si el calor aprieta, en lugar de lamentarme busco el modo de refrescar mi paladar sin quejas ni berrinches infantiles.

Justamente esa necesidad de refrescar la boca y alegrar el espíritu luego de un olvidable día laboral me llevó a pensar en un vino qué esté a la altura de tan importante misión. Y claro, la consulta de rigor la hice a mi querida S., quien dio en el clavo una vez más: en poco más de una hora llegó a casa con dos Monteviejo Lindaflor Chardonnay, etiqueta que tuve el placer de conocer en la última Expo Vino, más una interesante variedad de quesos que, luego, se transformaron en una tablita muy deliciosa.

Mientras los vinos se enfriaban en la frapera quise conocer un poco más sobre lo que íbamos a beber. Recurrí entonces al sitio oficial de la bodega, que se asienta en el Valle de Uco, Mendoza. Así me enteré que la etiqueta es elaborada íntegramente con uvas Chardonnay cultivadas en la zona de Tunuyán, uno de los departamentos del Valle de Uco, y como particularidad se puede destacar que la fermentación ocurrió en barricas de roble francés y, posteriormente, fue criado durante 12 meses también en barricas francesas.

¿Con qué nos encontramos en la copa? Con un vino importante. En nariz es elegante y complejo, donde destacan aromas típicos de la variedad (durazno, un punto de miel, un dejo cítrico), más recuerdos cítricos y a piña y, por supuesto, notas que provienen de la fermentación y crianza en madera (especialmente vainilla, algo de nuez moscada y trazas tostadas). En boca es glorioso: seco, de gran cuerpo y con una acidez que invita a seguir bebiéndolo, copa a copa. El final resulta muy largo y agradable con retrogustos ahumados y a vainilla.

En pocas palabras, un verdadero vinazo.

De más está decir que bebimos la botella completa y, como la conversación se había tornado por demás interesante, decidimos dar cuenta de la segunda.

La noche avanzó, mientras la compañía, el vino y el picoteo tuvieron un efecto más que refrescante en mi espíritu. La velada continuó luego, pero claramente esa ya es otra historia.

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