Por Daniel Fassardi

A mis heladeritas de vinos, gracias a Dios, no les faltan ejemplares. De hecho, constantemente debo recurrir al viejo truco de guardar botellas en la parte más fresca y oscura de la casa para conservar etiquetas de toda clase.

Sin embargo, más allá de esa abundancia, muchas veces se me complica recordar la procedencia de cada una de esas botellas: ¿las compre o me las obsequiaron? Los pocos pero buenos amigos que frecuento conocen de mi vinofilia y muchas veces llegan a casa con más etiquetas de las que van a descorcharse, con la aviesa intención de que sobren. Está claro que son amigos de los buenos, pues me cuidan el bolsillo y encima contribuyen a mi disfrute vinero que siempre comparto con mi querida S.

Toda esta introducción viene al cuento porque tengo ante mí un Santa Helena Vernus Cabernet Sauvignon 2009, que no tengo la más mínima idea de cómo llegó a mi cava pero que está tan, pero tan bueno, que me dieron ganas de escribir sobre él.

Llamé al editor y, venia mediante, van saliendo las líneas que ahora estás leyendo, lector.

EN LA COPA. ¿Con qué me encontré en la copa? Con un vino que tiene una pequeña sorpresa, pues en realidad no es un vino íntegramente varietal, se trata en realidad de un blend: tiene 85% de Cabernet Sauvignon, más 10% de Syrah y 5% de Petiti Verdot. Posee el color rojo rubí profundo de rigor y, en nariz, se percibe fruta roja fresca, más un toque ahumado y de vainilla, con suaves recuerdos a pimiento rojo. En boca se siente con buen cuerpo, mientras que sus taninos son suaves y dulzones; el placer se completa con un muy rico y largo final.

La verdad que lo iré tomando despacio, copa a copa, con la complicidad de S, que llegó a casa con una gran porción de picaña asada que compró para llevar en una churrasquería de Villa Morra.

Un pocas palabras, este blend sorpresa me cautivó, y mucho.