Por Daniel Fassardi

Hace unos pocos días, gracias a azar, estuve reunido con un personaje al que veo poco, pero que siempre me agrada reencontrar. Me refiero al editor de esta página, quien estaba de puro tekorei en el Híper Seis de la zona de Identificaciones.

El lugar exacto, obviamente, fue en la cava del supermercado, adonde mi interlocutor (y también mi jefe, valga la aclaración) estaba mirando y mirando, sin atreverse a sacar nada especial de la góndola, según me dijo, porque estaba en realidad esperando a que su esposa termine de realizar unos trámites en la zona, y le pareció divertido entrar allí para “ver qué había”.

Palabras van, palabras vienen, irremediablemente la charla terminó en el tema que nos apasiona y que tantos debates ocasionó entre nosotros. Claro, el vino fue precisamente el motivo de la tertulia y por suerte, al menos en esta ocasión, el ida y vuelta de opiniones no terminó en debate.

Es que lo había sorprendido a don Alejandro con un ejemplar del Santa Helena D.O.N. en sus manos, de la cosecha 2009. Me contó que le recordaba un momento muy especial que vivió en Chile, con motivo de un viaje realizado a la bodega, en Colchagua. Incluso se le iluminó el rostro al recordar el largo final que deja en boca.

Destacó que era el ícono de la viña y hasta se atrevió a adivinar, “si la memoria no lo traicionaba”, una formulación: 80% Cabernet Sauvignon, 15% Petit Verdot y 5% Cabernet Franc, lo que luego, tras la espiada de rigor en la página web de la bodega, pude confirmar como cierto.

Su esposa llamó, mi inseparable amiga S. (cómplice de correrías entre manteles y copas) llegó, y cada uno tuvo que  seguir su rumbo. Luego de prometernos un café en la semana siguiente, está clarísimo que di media vuelta y agarré un D.O.N. 2009 de la góndola, que imaginé quedaría estupendo junto con las empanadas chilenas de Sabores de Mi Tierra que habíamos encargado y en breve pasaríamos a retirar.

S. tuvo la brillante idea de decantar el vino cuando llegamos a casa. Entonces, mientras poníamos la mesa, calentábamos las empanadas en el horno (jamás en microondas) y unas suaves melodías de Chet Baker inundaban el ambiente, imaginé cómo ese D.O.N. (acrónimo de la frase De Origen Noble) iría evolucionando en el decantador hasta expresar lo mejor de sí.

A los 30 minutos exactos no aguanté más y serví las primeras copas. ¿Con qué nos encontramos? Con vino que hace realmente honor a su nombre. Su color es de un rojo rubí profundo, con algunos destellos violáceos. En nariz es frutal, complejo, con notas a vainilla, pimienta y un toque ahumado. En boca, mata: entra muy, muy bien, llena la boca, es equilibrado, redondo, con taninos presentes; deja en retronasal notas a fruta roja dulzona y su final, tal como lo había anticipado mi amigo / jefe / némesis, es largo, persistente y muy placentero.

Sí, simplemente excelente.