Por Tito Caro

La presencia es nueva, no se la veía hace algunos años. El cordero que vivía como ángel sin alas, alabado en templos, hoy se pasea como cualquiera por las calles de la ciudad y entra a trabajar en casas que dan de comer. Estuve hace días en el Mercadito, en Villa Morra y te cuento cómo fue.

Era noche, estaba con J.L. Pedimos que la casa nos presentara a sus invitados. Pedimos que viniera el cordero.

Llegó muy dueño de sí. Nos tuteó de entrada. Pregunté si llegaba de lejos, el muy manso respondió que hoy, toda la parentela vive en el vecindario y puede presentarse sin demoras en las diferentes casas de la ciudad. Aplaudí la información. Me puse a dialogar con el bicho que quería contarme sus cuentos. Habrá hecho un curso de pos grado contra la violencia. Las carnes no desmentían la esencia material, se mostraban de consistencia sólida, pero la primera mordida las descubría abiertas a todos los diálogos del mundo. Sin perder la identidad, el cordero mostraba que podía ser más de uno, sin ser doble, juraba que era animal y espíritu.

J.L. y yo, no dudamos. Era bicho mayor, enseñado por una cocina plenipotenciaria. Las legumbres que lo acompañaban, se habían bañado con la misma esencia cordera y sin olvidar las gracias del reino vegetal, ya sabían de memoria cuentos y chismes de pastos sin fin.

J.L. me preguntó si escribiría más tarde sobre esto que vivía. Respondí que sí, que llegaría a casa, abriría la computadora, me pondría a escribir. Me preguntó, cómo hacía, cómo recordaba para contar. Y le dije, sin darme cuenta de todo lo que revelaba, que no se recuerda al escribir. Se llama a vivir lo ya vivido, vale esto para un cordero, para una noche, para una mirada que mira al pasar. J.L. me miraba, reía. Y ahora que escribo esto que lees, lector nocturno, vuelvo a vivir momentos queridos, vueltos a sentir en Mercadito.

El Mercadito
Souza esquina Cruz del Defensor (Asunción)
Tel: 621-355 o 0974-585148

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(N. de la R:)
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