Por Augusto Román

Sin temor a equivocarme puedo afirmar que los vinos rosados, sin duda, son los grandes olvidados del mundo del vino. A veces hasta parece que sean discriminados por su color, o hasta por esa versatilidad que los caracteriza. Los vinos rosados no son ni blancos ni tintos, pero tampoco son unos vinos intermedios entre estos dos estilos de vino, sino que son unos vinos con personalidad clara y contundente.

Los vinos rosados se pueden elaborar básicamente de tres maneras. Una es hacer el vino desde el viñedo, es decir, destinar una parte de las uvas tintas de un viñedo única y exclusivamente a la obtención de estos vinos: se prensa la uva y se deja macerar en frío generalmente, durante algún periodo de tiempo que no suele ser mayor a 24 horas. De esta forma las pieles aportan cierto color al mosto, que luego se separará de las pieles y será fermentado sin las pieles, como si de un vino blanco se tratase (como ya habíamos dicho en otro artículo, es el contacto del líquido con las pieles lo que aportará al vino el color, puesto que el jugo de la uva casi siempre es blanco).

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La segunda manera está cada vez más en desuso y era muy utilizada en regiones tan importantes como Champagne: la mezcla de vinos tinto y blanco en proporciones justas para aportar color y otros componentes organolépticos al coupage. Esta es, quizás, la manera más fácil de elaborar vinos rosados.

La tercera de estas técnicas es la más utilizada porque es la más productiva. Consiste en hacer un sangrado, que no es otra cosa que quitar algo de mosto del depósito donde está macerando el vino que está destinado a ser tinto: la uva que se recibe del campo es estrujada y despalillada, luego es encubada o puesta en un depósito de fermentación; sin embargo este proceso, el de fermentación, no comenzará hasta dentro de unas horas. A este periodo se lo conoce como maceración prefermentativa y sirve, entre otras cosas, para extraer el máximo nivel de aromas de las pieles. Luego de una maceración de algunas horas parte del mosto -de lo que será un vino tinto- se extrae y, sin pieles, se deja fermentar como si fuera un vino blanco pero con cierto color.

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FRESCURA Y COMPLEJIDAD. Los vinos rosados, entonces, son una conjunción de frescura y complejidad, con aromas a frutos rojos y flores y el aporte fresco de la acidez de los grandes blancos. Los vinos rosados maridan bien con carnes blancas como pollo, pescado, conejo o cerdo. También carnes rojas como el peceto hecho con salsa a la pimienta o una parrillada de verduras o de mariscos. Son vinos óptimos para una merienda de verano o para acompañar alguna cena ligera o un almuerzo complicado como las paellas o las pastas.

Hay vinos rosados que son de un color tan fuerte que pueden parecer un vino tinto. es el caso de un vino rosado producido en la localidad española de Ciudad Real, hecho 100% de Pettit Verdot, y que sorprende a cualquiera. O tan pálidos como un blanco, como es el caso los “blush” californianos. Dentro de esa gama, los rosa intenso son los más abundantes.

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Estos son vinos para ser disfrutados, saboreados. Los golosos frutos rojos pueden darnos tanto placer como una ráfaga de aire del sur en el verano austral.

A probar vinos rosados, que seguro que habrá alguno que te gustará. Salud.