Por Alejandro Sciscioli

Cada vez que tengo la oportunidad de concurrir a una cata vertical me refriego las manos y siento algo de ansiedad. Esto porque este tipo de ocasiones no se repiten como a uno le gustaría. Por ello, cuando el pasado jueves 23 de febrero estaba dirigiéndome a Le Sommelier para ser un participante más de la cata vertical del DOC Marqués de Cáceres Crianza, mi regocijo iba aumentando en la medida que me acercaba.
Así es, efectivamente, parecía un niño que palpitaba el encuentro con algo muy rico. Marqués de Cáceres Crianza ya era un conocido mío y de mi esposa (fiel acompañante de casi todas mis incursiones enológicas, y no digo todas porque a algunos viajes no pudo acompañarme). Recuerdo que, las veces en que lo tuve en mi copa, me pareció un vino interesante. Entonces, ante la posibilidad de degustar el mismo vino, de las cosechas 2004, 2005 y 2006, y luego poder comparar a cada una y sentir en el paladar cómo ese vino evolucionó año a año, la ansiedad que tenía efectivamente era algo infantil.
Luego, nuestro anfitrión, Oliver Gayet, nos sorprendió aumentando la oferta de vinos, agregando a la cata las cosechas 2007 y 2008 (¡todo ello sin incrementar el precio per cápita!). Un lujo.
Primeramente Oliver nos introdujo en lo que es la DOC Rioja, el origen geográfico de esta etiqueta española, y todos los aspectos que hacen a un Rioja Crianza: deben estar elaborados con uvas de la DOC de la variedad Tempranillo o plantas de otras cepas que hayan sobrevivido a la crisis de la filoxera (por ello algunos pocos vinos de esta zona pueden tener en su mezcla otras variedades), deben tener una crianza en roble de al menos 12 meses y una estiba en botella de cómo mínimo la misma cantidad de tiempo, entre otros muchos aspectos, como por ejemplo la cantidad máxima de pies para hectárea cultivada, etc.
También supimos que este vino en particular tiene en su composición un 85% de Tempranillo y un 15% de Garnacha Tinta y Graciano (sin aclarar en qué proporción), fue criado los 12 meses reglamentarios en barricas de roble y fue guardado en botella durante 14 meses.
Luego de la introducción, todos los vinos fueron servidos y… ¡a degustar!

IMPRESIONES. Una a una fui sintiendo los aromas de las copas y luego fui entrando a los secretos de cada una de ellas, sorbo a sorbo. Y me encontré con un obvio hilo conductor: como corresponde, los más vinos añejos son más sedosos y los más jóvenes, más briosos. En cuanto al color, también se dio la lógica: cuanto más antiguos, más se acercaban a los tonos teja, mientras que los nuevos eran de colores más rubí profundo.
Pero también descubrí que el 2004 tenía algunas notas leves a uva pasa (tipo Chianti) que no me caían simpáticas, pero que a Oliver y a otros compañeros de mesa les encantaron. El 2006 es una gloria en boca (nuestro anfitrión nos comentó que de España llegó la noticia que ese fue un muy buen año enológico). Mientras que el 2007 es uno de esos vinos que uno querría tomar por la nariz (ya que es gratamente expresivo).
Todos presentaron esa rica expresividad frutosa de los Rioja, que tan bien aporta el Tempranillo (los viejos fruta madura y los jóvenes, fresca), con un fondo avainillado.
¿El maridaje con la comida? Una vez, Oliver entendió a la perfección el juego y propuso el siguiente menú, bien español, como corresponde: Huevos fritos con chorizo, a la extremeña como entrada, para el principal Pechuga e higaditos de pollo en salsa de vino, mientras que en el postre sorprendió con Torrijas.
Todavía no sé con qué atacará el último jueves de abril, en su próximo encuentro de cena-maridaje y cata. Lo que sí es seguro que iremos nuevamente, para contar luego por esta vía nuestra experiencia.