Por Alejandro Sciscioli

Yo no sé si será la edad, los cada vez más alocados tiempos modernos o el endémico exceso de trabajo, pero cada año necesito más y más tomar unos días de descanso antes de la llegada de las vacaciones oficiales en el verano. Por ello, entre finales de octubre e inicios de noviembre del año pasado decidí pegarme una escapada y darle a mi atribulado ser unos días de merecido relax.
Las opciones eran muchas, como siempre ocurre cuando hemos tomado la decisión de partir de viaje. ¿Iría muy lejos? ¿Muy cerca? ¿Tal vez a un lugar de ubicación intermedia? Esta vez, el destino elegido fue la ciudad de Mar del Plata, también conocida como "la Ciudad Feliz". Y allí fui con mi esposa con la idea fija de caminar, pasear, comprar, dormir, comer y beber en las dosis exactas.
Gracias a Dios, logré mi cometido íntegramente y pude descansar, con todo lo bueno que ello implica. Y si a esta altura del verano tengo pilas para escribir estas líneas y trabajar las religiosas doce horas al día es porque pude desenchufarme en ese momento.
No contaré todas las peripecias enogastronócas del viaje, que fueron muchas. Sin embargo, hay una anécdota que no puedo dejar de pasar por alto. Me refiero a una actividad que reservamos para la última noche de la estadía, cuando fuimos a cenar al restaurante La Casa Vieja, un acogedor restaurante ubicado en las cercanías del famoso puerto de la ciudad.
¿Por qué decidimos ir allí? Porque es el lugar donde hace y deshace Fernando Mustafá, el experto en temas de cocina, mesa, servicio y aspectos enológicos que vino a Asunción a mediados del 2012 para realizar una serie de capacitaciones y que entrevistamos en este portal (clic acá para leer el artículo).
Fue así que, sin reservar, salimos del hotel, tomamos un taxi y fuimos con la mejor predisposición a flor de piel para vivir una experiencia que resultó tan, pero tan buena, que se ha transformado en este artículo.

BELLO Y ACOGEDOR. Cuando llegamos a la esquina de Magallanes y Elisa A. de Bosch, bajamos del taxi y observamos un local que tiene la estética de los típicos restaurantes argentinos en general y porteños en particular: enormes ventanales, luz cálida, sin lujo y hasta con cierta modestia en mobiliario, mantelería y vajilla. Para nada pretencioso. Sí, un sitio encantador y acogedor.
Fuimos recibidos por el propio Fernando y nos ubicamos en el sector que es atendido por él mismo. Fue extraño entonces ver al profesor Fernando Mustafá, docente que sirvió de inspiración a generaciones de cocineros, mozos y sommeliers, en uniforme de trabajo: todo de negro (camisa, pantalón y zapatos, al igual que el enorme delantal que formaba parte del atuendo).
Luego de unos minutos de charla, le dijimos a Fernando que estábamos en sus manos y que íbamos a comer y beber lo qué nos traiga a la mesa. Y las sopresas agradables no pararon de venir.
Primero, nos comunicó que beberíamos durante toda la cena un solo vino, el Nicasia blanco 2011, un blend elaborado por la bodega argentina Catena Zapata compuesto por las cepas Viognier (60%), Gewürztraminer (25%) y Sauvignon Blanc (15%). Nos topamos con un vino muy rico en nariz (mucha fruta) y fresco en boca, ideal para acompañar todo lo que llegó a la mesa.
Un detalle adicional con respecto a este vino: en breve podremos adquirirlo y disfrutarlo en Asunción.

LA COMIDA. Primero comimos unas bruchettas con mejillones en una impresionante salsa de cebollas moradas caramelizadas y una sabrosa cubierta de rúcula. Muy bella la presentación. ¿Y los sabores? Exactos: nada faltaba y nada sobraba, todo montado sobre la textura crujiente del pan.
Luego, Fernando nos sorprendió con un verdadero manjar marino: una bandeja repleta de enormes langostinos y patas de centolla, cocidos al vapor. Plato simple, sabores exquisitos.
Luego, "nos castigamos" con unas ostras muy frescas y muy grandes, que comimos crudas con un poco de limón. Manjar.
Finalmente, como principal llegó una increíble Merluza negra grillada, servida junto con una salsa hecha de manteca derretida, alcaparras y unos camarones gigantescos. Placer total: punto exacto de cocción y sabores perfectamente definidios.
No hubo caso, fue imposible ordenar un postre, ya que si bien comimos pescado, las porciones servidas fueron mucho más que generosas. Sin embargo la casa tuvo la gentileza de obsequiarnos una copita de una copita de grappa DV Catena, a modo de bajativo, más un excelente café.
En charla de sobremesa le hicimos notar a Fernando la gran calidad de los productos, y él nos hizo notar, primero, que allí solo sirven la pesca del día y, además, que si bien ofrecen todo tipo de carnes (incluso liebre y conejo), el fuerte de la casa son productos marinos. "Como estamos a pocas cuadras del puerto, todo nos llega fresco. Además, tenemos una relación de años con los proveedores, y así es más fácil conseguir lo mejor", destacó.

VOLVEREMOS. Antes de finalizar quiero destacar varios detalles muy importantes: a La Casa Vieja van a comer los marplatenses (si bien el turismo es importante, el restaurante está lleno de habitantes permanentes todo el año); la carta de vinos es muy, pero muy amplia y en una enorme heladera reacondicionada para guardar botellas se pueden observas docenas y docenas de etiquetas esperando ser abiertas; finalmente, espiando la carta, vi que la oferta es interesante con opciones de alta cocina y, los precios, SON AMIGABLES.
El plus es ser atendido por Fernando Mustafá. Entonces, si luego de leer estas líneas te dan ganas de conocer este sitio, preguntá qué zona del salón atiende este profesional. La experiencia se potenciará.
Ahora, cada vez que vuelva a Mar del Plata, sin importar la época del año, iré a visitar La Casa Vieja, el secreto gastronómico mejor guardado de la ciudad.