Por Alejandro Sciscioli

Si miramos en el archivo histórico de Parawine, varios son los artículos que publicamos sobre Viña Aresti y sus productos. Sin embargo, una asignatura pendiente era conversar con su enólogo y conocer más sobre la filosofía de una marca que de a poco va creciendo en la consideración de los consumidores locales.

La oportunidad de concretar esa esclarecedora charla se dio en el marco de un almuerzo especialmente dirigido a periodistas, que se realizó el pasado 8 de agosto en el restaurante Le Sommelier, adonde Jon Usabiaga, enólogo jefe de la Viña, presentó personalmente seis etiquetas que la marca comercializa en el mercado local.

Rápidamente nos entendimos con Jon, con quien “pegamos onda”. Por ello el tiempo de charla transcurrió rápido, aunque los conceptos que nos dejó son más que interesantes.

PASIÓN FAMILIAR. Primeramente nos comentó que la empresa es una viña familiar dirigida por las hermanas Aresti, que se hicieron cargo de la bodega tras el fallecimiento de su padre, quien en vida les había inculcado la pasión y el amor al vino.

También explicó que están físicamente en Curicó, a 200 kilómetros al Sur de Santiago.  “Tenemos 400 hectáreas en el Valle de Curicó, básicamente en tres predios de distintas dimensiones. Dos de ellos están a 10 kilómetros de la bodega y en el tercero se encuentra la bodega misma. Y en esas tierras producimos una amplia gama de variedades, desde Gewürtztraminer hasta Carmenere”.

Sobre su trabajo, dice que trabaja en Aresti hace ya ocho años. “Fui durante cinco años director técnico de viñedos también, además de la parte enológica. Eso me dio una libertad tremenda para meterme en lo que era la uva. Por la enorme carga de trabajo hubo que separar las áreas, pero igualmente de algún modo la viña sigue bajo mi tutela: no se puede contar con un tipo de uva que a la parte enológica no le cuadra. De hecho, la cosecha la decido yo”, prosigue.

Como enólogo dice sentirse más cómo realizando tintos, pues “los entiendo mejor; los blancos son un poco más resbaladizos, más complejos, me cuestan un poco. Hay que tener cuidado con la oxidación de la uva, hay que traerlos con frío y hay que tener mucho cuidado si se quiere hacer un blanco de buena calidad. Requiere de mucho frío en la bodega, el desborre tiene que ser correcto… Hay una serie de parámetros a tener en cuenta y si te saltas uno, el peldaño de calidad que se baja es grande. Y los resultados son más difíciles de ajustar”.

LA CARMENERE. Un tema inevitable al conversar con un enólogo chileno es la cepa Carmenere, que cada vez está dando al país trasandino más y más satisfacciones. “Con la Carmenere venimos muy bien. Yo venía de un valle un poquito más cálido, porque trabajé muchos años en Colchagua, y pensé que la Carmenere se iría a llevar mal con un valle un poco más templado, más frío, como es Curicó”, dice el experto.

Pero finalmente la experiencia les ha resultado todo un éxito: “ese clima aporta una acidez que le permite sobrevivir muy bien y logra colores muy buenos, tiene una tipicidad muy marcada, lo que podría ser un poquito controversial, porque tiende a los pimientos verdes y a las especias dulces (una mezcla entre clavo de olor, canela y algo de la hoja del árbol del pimiento)… Pero bien llevado y bien maduro, el viñedo da muy buenos resultados”.

LA COSECHA 2013. Con respecto a lo logrado este año en los campos, Jon indica que en general la 2013 “ha sido una muy buena cosecha; fue larga, larguísima, históricamente de las más largas en Chile. Partió en febrero y terminó casi en julio. El clima fue benigno, porque llovió poco y tampoco hizo demasiado calor. Es mucho mejor sacar un vino cuando tú decides sacarlo, me refiero a la cosecha de la uva, que cuando el clima te está empujando a hacerlo”, reflexiona.

Entonces, ese contexto climático “nos permitió madurar bien los tintos, tomarnos todo el tiempo del mundo para llevar a bodega la uva, de pensar bien lo que queríamos hacer”.

LA DEGUSTACIÓN. Durante el encuentro, muy interesante resultó la cartera de productos degustados.

Primeramente, mientras Jon comenzaba su charla, llegó a las copas el Aresti Trisquel Sauvigon Blanc 2011 de Leyda. Presenta aromas a espárragos, algo de ruda y un toque cítrico. Posee una muy buena boca con buenísima acidez y notas retronasales que remiten a hierbas frescas.

Junto con la entrada se sirvió un Aresti Trisquel Gewürtztraminer 2010 de Curicó. En nariz sugiere dulzura, tiene notas melosas y toquesflorales, pero en boca es seco, fresco y muy agradable. ¿La comida? Torre de berenjenas, zucchini, tomate y queso con albahaca y jamón serrano.

Seguimos con el Aresti Trisquel Syrah 2008 proveniente de la famosa zona del Maipo. Su nariz es un lujo, con notas a tierra mojada, un toque de anís, fruta roja en compota, uva pasa y un toque salino. Tiene una entrada suave y sedosa en boca, buen paso y buen volumen, con retrogustos a fruta en compota, más algún recuerdo a Porto y un toque picantito. Este vino y el que siguió acompañaron a la perfección un Medallón de lomito con salsa de queso azul y un toque de puré de papas.

Posteriormente llegó a las copas el Aresti Trisquel Assemblage 2010, de Colchagua, compuesto de Cabernet Sauvignon 44%, Syrah 42% y Petit Verdot 14%. Tiene una riquísima nariz, algo compleja, donde aparecen notas frutales (ciruelas y moras) con un suave toque floral y un dejo a café. Entra muy bien en boca, donde se percibe una buena estructura, con taninos suaves y levemente dulzones.

El gran final fue protagonizado por el Aresti Family Collection 2007, un vino imprescindible al que dedicamos un artículo para él solo (clic acá para leerlo). ¿La compañía? Un clásico Volcán de chocolate con una bocha de helado de crema.