Por Alejandro Sciscioli

La primera bodega que tuve el placer de conocer en Chile fue Viña Santa Carolina. El mismo se concretó allá por el año 2009, en el marco de un viaje para periodistas, patrocinado por la propia viña y su representante en Paraguay, London Import. 

Guardo los mejores recuerdos de ese viaje. Excelentes compañeros amenizaron todos los instantes, esmerados anfitriones nos brindaron todas las atenciones posibles, y claro, ¡tremendos vinos llegaron a las copas!

Entre lo mucho recorrido, vivido y bebido, recuerdo especialmente la bodega histórica ubicada en Santiago (de hecho, la amé), las catas, los recorridos por viñedos y las visitas al Valle de Casablanca y Viña del Mar.

Y fue precisamente en ese recorrido que comencé a aficionarme a la Pinot Noir. Recuerdo puntualmente que en un muy bien servido almuerzo ofrecido en un restaurante de Viña llegaron muchos frutos de mar a la mesa, y la armonización propuesta fue precisamente con un vino de esa variedad. ¡Quedé gratamente sorprendido por ese maridaje!

Con todos estos recuerdos en mente, en algún momento de la extensa cuarentena tocó descorchar un Reserva de Familia Pinot Noir 2017 de Santa Carolina, elaborado íntegramente con uvas cultivadas en maravilloso Valle de Leyda, zona costera y de clima frío que se encuentra comprendida en la Región del Valle de Aconcagua.

El vino tiene una crianza de 12 meses en barricas de roble y fermentación maloláctica parcial. Al catarlo, es un Pinot hecho y derecho, con muchos aromas frutales (cereza), toques suaves a tierra húmeda y ligeros puntos terciarios (la madera está muy bien integrada), con trazas de clavo de olor. En boca presenta una muy fresca acidez, cuerpo medio, taninos medios y un placentero final donde aparece la fruta en todo su esplendor.

Definitivamente, cada vez estoy más enamorado de la Pinot Noir, una variedad que seguirá estando en mi copa y, en medida que los descorches se sucedan, irán llegando las publicaciones. 



---